Es preciso que cada cuatro años, los Juegos Olímpicos restaurados, otorguen a la juventud universal, la ocasión de una cita dichosa y fraterna, en la cual desaparecerá poco a poco, esta ignorancia en la que viven los pueblos en los que les concierne a los unos respecto a los otros; ignorancia que mantiene los odios, acumula los malentendidos y precipita los acontecimientos en el sentido bárbaro de una lucha sin cuartel (Pierre de Coubertin, 1894)